Según el budismo no somos más que cuerpo y mente, siendo la mente el único elemento motivador de todas nuestras acciones y la creadora de toda nuestra felicidad y de nuestro sufrimiento. Es tanta la importancia que le da el budismo a la mente que con frecuencia es considerado una filosofía o una ciencia de la mente más que una religión.

Dentro de las múltiples clasificaciones de la mente que hace el budismo se distinguen dos tipos de mente. La primera es la consciencia básica, o mente primaria, que no es más que nuestra capacidad de experiencia subjetiva. Los textos filosóficos definen a esta mente como claridad y conocimiento. Ahora bien, como la mente no es estática sino que es una constante sucesión de momentos de experiencia se alude a estas distintas situaciones como mentes principales y factores mentales asociados. Así pues, podemos hablar de mentes, refiriéndonos a los múltiples acontecimientos mentales que suceden constantemente (emociones, pensamientos) y de mente, aludiendo a la base fundamental sobre la cual tienen lugar esos acontecimientos.

menteyfelicidadTambién se distinguen en el budismo distintos tipos de mente, según el grado de dependencia de ésta respecto del cuerpo físico. Y así se alude a la mente burda, en cuyo nivel se desarrollan los acontecimientos mentales ordinarios, de los que somos conscientes y que están íntimamente vinculados a la percepción sensorial. La mente sutil, con un vínculo menor con el cuerpo físico y en el seno de la cual se experimentan acontecimientos inconscientes (estas son la mente del sueño y de las emociones perturbadoras, en la que se desarrollan procesos mentales difíciles de detectar pero que influyen notablemente en los acontecimientos mentales ordinarios). Y la mente muy sutil, la que va de vida en vida, que se manifiesta en el momento de la muerte cuando la unión de cuerpo y mente está llegando a su fin y la dependencia de ésta respecto del cuerpo es ya muy pequeña.

Nuestra sensación general de bienestar depende profundamente del bienestar psicológico, el cual, a su vez, depende de nuestra vida emocional. Todos sabemos que existen emociones que nos benefician, de las que se deriva una actitud de apertura hacia los demás, son una fuente de energía que brota de nuestro interior produciendo alegría y paz. Por contra, también hay emociones que nos perjudican, que avivando energías oscuras, que como el fuego queman cuanto sale a su paso, producen dolor y gran agitación mental. Los obstáculos a nuestra felicidad son el apego, la ira o aversión y la ignorancia: las tres mentes venenosas principales que lideran a todas las demás aflicciones o pesares, tanto mentales como físicos.

La naturaleza de la mente es neutra. Una persona puede sentirse inclinada por temperamento a la aversión, pero aun así no siempre estará llena de enfado y odio. Puede experimentar momentos de benevolencia e incluso de compasión. La benevolencia y la compasión son estados mentales totalmente opuestos al odio; no pueden coexistir en una persona al mismo tiempo. El que una persona que tienda a la aversión no se muestre abiertamente odiosa todo el tiempo y tenga momentos esporádicos de compasión demuestra que las aflicciones no forman parte de la naturaleza de la mente, que son adventicias. La aparición de aflicciones y de estados mentales opuestos a estas aflicciones es posible gracias a la neutralidad de la naturaleza última de la mente.

La plasticidad es la cualidad de la mente que posibilita que ésta pueda cambiar sus tendencias y hábitos. Es una muestra de madurez personal el tratar de adiestrar nuestras emociones, favoreciendo el surgimiento de las positivas y la contención y reducción de las negativas. Para que podamos abordar esta tarea es necesario conocer lo más minuciosamente posible cuál es nuestro estado mental, solo así podremos influir en su modificación.

Con un profundo entendimiento de la mente y de sus funciones se pueden superar los pensamientos y las emociones que nos preocupan. A través del estudio de la mente encontraremos algunas maneras cruciales de observar y de entender la ira y la aversión, así como de desarrollar nuestra ecuanimidad, nuestra paciencia y nuestro amor.

Su Santidad Dalai Lama XIV aconseja una sencilla práctica para transformar nuestra mente en la dirección deseada. «Cada día, desde el momento en que te despiertes, utiliza un rincón de tu mente para observar tu propia mente y su comportamiento«.

A fin de llevar a cabo una práctica –como la de observar constantemente la mente-, debemos adoptar una resolución, comprometernos, nada más despertar por la mañana.

“Ahora, y durante el resto de este día, trataré de poner en práctica, en la medida en que me sea posible, aquello en lo que creo”. Es muy importante que, al empezar el día, concretemos lo que sucederá más adelante. Luego, al final de cada jornada, debemos comprobar qué sucedió, revisar lo ocurrido durante el día. Y si a lo largo de toda la jornada hemos puesto en práctica nuestra decisión matinal, entonces hemos de alegrarnos y reforzar nuestra motivación para continuar en la misma línea.

No obstante, sí, al llevar a cabo el repaso, descubrimos que a lo largo del día hicimos cosas contrarias a nuestros valores y creencias deberemos reconocerlo y cultivar una profunda sensación de arrepentimiento, reforzando nuestra resolución de no entregarnos a esas acciones en el futuro. Si continuamos practicando de este modo, es seguro que con el tiempo tendrá lugar un verdadero cambio dentro de nuestra mente, una transformación auténtica. Esta es la manera de mejorar, es imposible cambiar de verdad tras una sola sesión de plegarias. Pero la mejora definitiva puede llegar gracias a la observación constante de nuestras mentes y a llevar a cabo las prácticas en las que creemos día a día, año tras año y década tras década».

Amparo Ruiz Cortés