La palabra sánscrita “yoga” tiene dos significados principales. Por un lado, define el estado al que pretendemos llegar con su práctica: el samadhi, la iluminación, el nirvana o el estado de budeidad; y, por otro, la serie de técnicas físicas y mentales que nos van a llevar hacia ese estado. Se refiere, pues, a un camino y a una meta.

Desde este punto de vista, cualquier camino de conocimiento es un yoga, independientemente de si implica o no ejercicios, meditación, contemplación, acción desinteresada, desarrollo de la compasión y del amor incondicional, o el acceso al conocimiento intuitivo, entre otras posibilidades. Se puede ser un yogui realizado sin haber hecho nunca ninguna postura o ejercicio de respiración. Por supuesto, podríamos decir que las enseñanzas del Buda Sakyamuni son un yoga completo.

En Occidente, entendemos por yoga un conocimiento procedente de la India que consta de un trabajo físico (principalmente posturas estáticas), acompañado de ejercicios de respiración y de alguna técnica de relajación. Para los más afortunados esto irá acompañado de una pequeña práctica de meditación. El yoga indio, muy sistematizado en la actualidad, abarca todos los aspectos de unas prácticas que nos indican desde el comportamiento moral y social del “yogui” o practicante, el cuidado del cuerpo y sus energías y todos los niveles mentales por los que debemos transitar para desarrollar la concentración y la meditación.

Pero el yoga indio, dentro de su increíble variedad de formas, no es el único de los yogas. Fruto de la investigación sobre las potencialidades del ser humano, personas de todas las épocas y geografías han ido descubriendo la anatomía sutil del cuerpo y de la mente y desarrollando técnicas para elevarse a niveles superiores de consciencia. Y la variedad de formas en las que se ha expresado este anhelo de perfeccionamiento han sido muy variadas. Por no extendernos, sólo citar como ejemplos algunas de las tradiciones más conocidas, como el Chamanismo en sus diversas formas, el Taoísmo o el Sufismo.

Sin lugar a dudas, el Tíbet fue una de las zonas en las que estos conocimientos se investigaron de forma independiente. A lo largo de la historia y de la vasta geografía de la región, se desarrollaron técnicas que llevaban un poco más lejos los límites del cuerpo y de la mente. Muchas veces de forma autónoma, dependiendo de la región, de un maestro determinado o de un monasterio. Hay prácticas con linajes milenarios y podemos llamar “Yoga Tibetano” a este conocimiento original del Tíbet, que consta de toda una serie de ejercicios físicos y respiratorios, técnicas de concentración y centrado de la consciencia que nos preparan cuerpo y mente para facilitar el acceso a los estados meditativos.

Se trata de técnicas basadas en el conocimiento de los vientos (lung) o energías vitales sutiles, de sus canales de movimiento (tsa) y del conocimiento de la mente, así como de la relación entre cuerpo, mente y energías. Los movimientos del cuerpo, perfectamente acompasados con la respiración, se conectan con un flujo continuo de consciencia dirigido por la atención mental, de manera que la observación se extiende a lo físico, lo energético y a los pensamientos, intentando encontrar la ecuanimidad que nos permite entrar en la observación y el aprendizaje de lo personal sin perdernos en el juicio. Una forma, en definitiva, de meditación en movimiento que, además del valor de la experiencia en sí, nos prepara para la meditación de varias formas: ayudándonos con la postura al tener el cuerpo más preparado, con un mejor estado energético y con una mente más enfocada, clara y entrenada en la concentración.

El nombre de yoga tibetano puede no ser muy adecuado, ya que yoga es una palabra sánscrita que se aplica a técnicas desarrolladas en la India. Las prácticas tibetanas reciben varios nombres. Se habla de ejercicios de Tsa-Lung (canales-vientos), Trulkhors (rueda o movimientos mágicos) y ejercicios de Lü Jong (transformación del cuerpo), entre otros.

Aunque el practicante de yoga sabe perfectamente que es una práctica terapéutica y saludable, porque lo siente en sí mismo, ya se han realizado estudios científicos sobre sus efectos. En particular, en lo que se refiere al yoga tibetano, se han completado experimentos (y algunos están en desarrollo) con pacientes de cáncer en el departamento de Medicina Integrativa del MD Anderson Cancer Center de Houston (USA). Se han demostrado mejoras en la cantidad y calidad del sueño, disminución de efectos secundarios de los tratamientos (nauseas, fatiga) y reducción en la cantidad de medicinas necesarias. En el aspecto mental, se ha podido cuantificar cómo, mediante el yoga, el paciente tiene una mayor aceptación del cáncer, con disminución de la depresión y el estrés (fundamental para reducir las metástasis) y más espiritualidad.

Algunos de estos estudios se han realizado con pacientes que han sufrido procesos quirúrgicos agresivos. Quiere esto decir que los niveles de práctica son adaptables a las condiciones de cada persona, siendo accesibles para prácticamente cualquier estado físico.

Todos los viernes en nuestro Centro Thubten Dhargye Ling.

Juan Carlos Tudela Moyano