En occidente gozamos de un nivel de vida cada vez más elevado, tenemos nuestras necesidades básicas cubiertas y, en muchos casos, disfrutamos de una vida llena de bienestar, incluso, de lujo. Parece, sin embargo, que existe una relación directa entre el nivel de bienestar y el de infelicidad, porque, a pesar de toda esta bonanza, la mayor parte de la población que tiene la fortuna de vivir en este rico occidente, no es feliz. Lo tenemos todo, pero no nos sentimos bien. ¿Por qué?.
Una de las causas de esta insatisfacción es la continua agitación de nuestra mente. Nunca la dejamos descansar. Día tras día, la llevamos dando saltos sin parar entre los recuerdos del pasado y los planes y proyectos para el futuro. Esto nos causa mucho desasosiego. Normalmente, durante estos “viajes” por el pasado y el futuro, nuestra mente queda atrapada, bien por recuerdos de acontecimientos tristes del pasado, bien por preocupaciones y miedos cara al futuro, que nos llenan – estos últimos – de angustia y ansiedad.
Y, sin embargo, el pasado ya no existe, y del futuro poco sabemos, porque no ha llegado aún. Nos queda el presente, este mismo instante. Este es el momento de la serenidad, de la paz y de la claridad. Cuando nuestra mente mora en el presente, se llena de calma y de sosiego porque se purifica; podemos gozar entonces de una mente clara, tranquila y, por consiguiente, feliz. Debemos, pues, intentar traerla al momento presente una y otra vez porque, cuanto más veces lo hagamos, de más instantes de felicidad gozaremos. Eso será lo que permita a nuestro continuo mental estar en paz.
El pasado ya no existe, y del futuro poco sabemos, porque no ha llegado aún.
En realidad, nuestra mente se va llenando de infelicidad gracias a la suma de pequeños problemas que continuamente nos creamos. Cuando podemos hacer que permanezca atenta a lo que está ocurriendo aquí y ahora, en el mismo momento en el que sucede algo negativo, como, por ejemplo, un primer instante de ira, la mente puede observarlo inmediatamente e impedir su total estallido, así como las consecuencias derivadas de esta acción.
Otro ejemplo, la envidia por alguien que lleva un bonito vestido. Con una mente atenta, podemos “cazar” el preciso instante en el que empieza el problema y no dejarnos arrastrar por él. Si somos capaces de observarlo, podremos reflexionar y ver que la inquietud que empezamos a sentir no la ha suscitado el vestido, sino una creación de nuestra propia mente. Estos pequeños ejemplos ilustran la forma en cómo, a lo largo del día, cuando no estamos instalados en el presente, permitimos que nuestra mente se deje llevar por estas cosas.
Pero ¿cómo conseguimos hacer que nuestra mente permanezca en el momento presente? ¿Cómo se hace?
Con la meditación. Siguiendo la respiración, experimentamos el presente, este momento mismo. Meditamos para controlar nuestra mente, para salvarla de la vorágine en la que se encuentra siempre sumida. La meditación nos proporciona equilibrio y serenidad, nos ayuda a discernir lo que está bien de lo que está mal, con el fin de tomar decisiones correctas en nuestra vida. Para todo eso, meditamos. Somos nosotros los que tenemos que decidir si queremos que nuestra mente esté equilibrada, relajada y tranquila, es decir, si queremos vivir felices. Si es así, cada vez que nuestra mente retroceda hacia los recuerdos del pasado o se distraiga con los proyectos del futuro, lo tenemos que impedir.
Olvidémonos del sufrimiento del pasado. Si nos instalamos en el sufrimiento del pasado, será la forma en la que estemos construyendo un futuro también de sufrimiento. Por lo tanto, lo que debemos hacer es dejar de pensar en el pasado, dejar de construir ese futuro de sufrimiento, y para ello, tenemos que vivir en el momento presente. El presente sólo es claridad, pulcritud, limpieza. Es una decisión que depende de nosotros.